*Legende, (Acto Primero)*


Conoced aquí las hermosas leyendas que nos hablan de tiempos lejanos, de los días, en que los nuestros, se ganaron el derecho a ser llamados Reyes del Mar...
Su primera aparición en los Reinos tuvo lugar en Camelot (de Terra), y pronto se reveló como un guerrero sobresaliente entre la raza de los hombres mortales, capaz de luchar con valor y honor contra magos y dioses. En aquellos primeros días forjó su alianza con Hrotgar Sturlsønn, el poderoso y joven Jarl de Bergen, alianza próspera, muy pronto les condujo a construir la ciudad de Kaupang, aumentando sus filas con el sabio Kveldulvr Beowulf Islandsønn, y Freyja Freyrdottir, la Vanir.
En aquellos tiempos los nobles caudillos norse, pese a su afición a elegir Camelot como destino para sus incursiones (llamadas por ellos "expediciones comerciales"), se encontraban alineados en el llamado Orden, y sus enemigos eran conocidos por el Caos, pese a agrupar una heterogénea alianza de dioses oscuros, demonios, magos, no-muertos, vampiros, etc...

Pronto los rumores de guerra distraerían la atención de Sigurdr y sus hermanos en la batalla de sus normales actividades bélicas en los reinos colindantes con Camelot, el Orden convocó a sus seguidores a una Asamblea. Pero en dicha reunión de los principales guerreros y dirigentes del partido del Orden, la Reina Rilwane de Eternia, confundida por los planes secretos de los vikingos, acusó a Sigurdr de traición. La terrible ofensa provocó la ira de Sigurdr Mano de Hierro y de todos sus hermanos, que revocaron su alianza con el Orden, declarándose neutrales en aquel conflicto.
Los nobles señores de los vikingos se obligaron por un nuevo juramento a no volver a unir sus espadas a aquellos Forsagts del Orden y a hostigar a la perjura Reina Rilwane, a la que desde ese momento declararon su enemiga a ultranza.

El poder de Kaupang atrajo a nuevos guerreros a las filas de los vikingos, pero su prestigio en Camelot decaía a medida que los saqueos se hacían cada vez más osados. Otros reinos se vieron muy pronto sometidos a la furia de los norsemenn, con especial virulencia los de Silvermoon, gobernado por la reina élfica Arianna; Forest, regido por Aragorn, y desde el que se unieron para siempre a Kaupang, la dama Eowyn de Rohan, llamada por Sigurdr la Joya de los Rohirrim, y el formidable y oscuro Daedhel El Olvidado.

En sus periplos Sigurdr llegó varias veces el reino de Arda, regido con mano firme por Aenarion Rey, en su primer viaje se ofreció como paladín a la dama Luthien Tinuviel/Leanan, a la que el Rey acusaba de traición y brujería. El combate entre ambos guerreros terminó en tablas por lo que Sigurdr libró a Luthien de un castigo injusto.

El segundo viaje concluyó con la toma y saqueo por una notable expedición vikinga del reino, mal defendido frente a las numerosas fuerzas comandadas por Hrotgar Sturlsønn Nordavind, Kveldulvr Beowulf Islandsønn, Freyja Freyrdottir Vanir, Khayla Nordulv y el propio Sigurdr Jernhånd.
El tercer viaje tuvo lugar cuando Aenarion Rey acusó a Luthien de haber facilitado las incursiones de los norses, Sigurdr de nuevo se ofreció para proteger el honor de la dama y se batió con Aenarion.

 Una vez más el combate quedó en tablas entre los dos valerosos guerreros, pero esta vez la Dama Luthien abandono Arda para unirse a la expedición de regreso de Turlogh el Negro/Ipsilon y Sigurdr hacia el brumoso norte, en el que Sigurdr le construyó una mansión en los bosques de Norrvegur.

 
Saga de Sigurdr Sigmundssøn

Los primeros años de Sigurdr hijo de Sigmund, llamado Jernhånd, señor de los Volsungs, se pierden en las nieblas de la leyenda, de esos tiempos apenas se sabe que heredó de sus padres tres cosas, la espada Nødhung, la nobleza de su sangre, pues sus padres, hermanos gemelos, descendían del mismísimo Allfar Odin, y un Orlok al que debía enfrentarse. De los aventuras que vivió en aquellos días obtuvo un enorme tesoro, El Oro del Rhin, un anillo cuyos poderes apenas llegó a conocer, el mágico Yelmo Tarnhelm, que concedía a su poseedor la forma y el tamaño que desease, el amor de una de las valkiriar, y una Maldición, la que Alberich el Niflung puso sobre el Anillo, la muerte y la traición seguirían a los usurpadores de aquella fantástica joya, que convertiría a su dueño en más poderoso que los mismos Señores de Asgard, con la única condición de que su poseedor renunciase totalmente al amor...

Lay de Tintagel Tintagelinga Sung


Sin embargo la batalla más gloriosa de Sigurdr está narrada en el Lay de Tintagel. Durante los años en que Uther Pendragon luchaba por unir a los britanos bajo una sola corona, este noble Rey logró mediante hechicerías y traición apoderarse de la esposa del Duque de Cornualla, la hermosísima Igrein, con la que engendró a su heredero, Arturo. Pronto Uther regresó a sus guerras para someter a sus rivales, dejando a su esposa sola en la fortaleza de Tintagel, bajo la custodia de aquellos de sus caballeros que ya no le eran de gran utilidad en la batalla.

Fue en aquellos tiempos cuando frente a la costa de Tintagel apareció una extraña nave, adornada en su popa y proa por cabezas de dragón, con sus costados cubiertos por escudos redondos ,e impulsada por una enorme vela negra. En ella viajaban hombres que más que hombres parecieron a los ojos de los que los vieron gigantes, altos, fornidos, rubios de fieros ojos azules como el mar por el que viajaban. Esos hombres, armados de cuero y acero de los pies a la cabeza, portadores de armas que parecían más propias de dioses que de hombres mortales, dijeron ser comerciantes pese a que todo en ellos lo desmentía.

Entre ellos se alzaba un gigante entre gigantes, al que pese a tratar como a uno de ellos en los momentos de alegría y tranquilidad, haciéndole chanzas groseras cuando convenía, llamaban Jarl y obedecían sus órdenes con absoluta lealtad y reverencia. El capitán de la nave envió a un heraldo, que se presentó ante la reina para solicitarle su hospitalidad, mientras sus gentes comerciaban en aquellas tierras y reparaban su nave para regresar a su lejana patria en los mares de allende.

La Reina sintió curiosidad por conocer al hombre que dirigía a aquellos comerciantes que más parecían guerreros que otra cosa, y ofreció hospitalidad al extranjero en su propio castillo, si lo deseaba acompañado por su escolta. El heraldo enviado por el señor de los extranjeros respondió:-Oh hermosísima soberana que con vuestra luz hacéis ubérrima esta tierra y nobles a las gentes que la habitan!! Mi señor vendrá solo pues no ha necesidad de proveer a su protección, y ello por dos solas razones que han de parecer justas a vuestra sabiduría... La primera y principal es que siendo vos su anfitriona no ha de temer que ninguno de vuestros súbditos prudentísimos mancille vuestro honor alzando la mano contra él...

La Reina Igrein habló así entonces al Heraldo:-Justa es, a mi entender, la tal razón, rico en palabras Heraldo, que tan bien servís a vuestro señor, mas, decidme presto, qué razón aducís como la segunda?

-La segunda, pero no por ello menor, como vos misma veréis, oh serenísima Reina de este país feliz y de su incomparable pueblo, es que mi señor es capaz, por la sola fuerza de su brazo, de abatir a tantos enemigos como se le enfrenten, y por ello, en la gloriosa tierra de mis antepasados, grandes y pequeños le conocen como Mano de Hierro- Estas fueron las palabras del heraldo, que se despidió entonces de la Reina y fue con pies ligeros a comunicar a su capitán la invitación.
 
La Reina esperó la llegada del extranjero en la sala del trono, vestida con sus mejores ropajes y engalanada de joyas de tal manera que más parecía una diosa o una dama de los elfos que una mujer mortal. Los guardias escoltaron al capitán de los viajeros a presencia de la Reina, pero el tamaño del huésped era tal, que hombres que a los ojos de los demás parecían recios, quedaban a su lado convertidos en mozalbetes enclenques.

Sigurdr Mano de Hierro se presentó ante la reina vestido con sus ropajes de batalla, pues tales son los vestidos que un guerrero del norte considera los más nobles y hermosos, sobre su jubón y calzones de cuero llevaba una pesada cota de malla, con anillos tan gruesos y relucientes que devolvía la luz en todas direcciones, por encima de ésta un gran cinturón del que pendía una vaina cubierta de hermosas tallas, de la dicha vaina, tan grande que cualquier otro hombre la hubiera arrastrado por tierra al andar sobresalía un hermoso pomo con incrustaciones de oro y plata.

Cubriendo su espalda y ceñido a su cuello con un grueso broche de oro en forma de martillo, llevaba un manto de piel de oso blanco. Sus luengos cabellos rubios caían sobre el manto recogidos en una gruesa trenza, y asimismo sus barbas mostraban trenzas menores. Un intrincado tatuaje cubría su cuello y desaparecía bajo la cota y las barbas de su rostro, prestándole un aspecto feroz, que en nada desmentían las cicatrices que surcaban su piel allí donde quedaba expuesta a la vista, o sus ojos de un frío azul que escrutaban imperturbables todo lo que se mostraba a su alrededor.

Sigurdr inclinó levemente su cabeza ante la reina y sonriendo con sinceridad le habló con el fuerte acento de su gente:-Oh Reina Igrein, la más hermosa entre las hermosas, soberana generosa de esta loable tierra y de su gente valerosa. Mi agradecimiento por la hospitalidad que me dispensáis no hallaré la forma de mostrároslo ni aunque las Nornar atasen el hilo de mi destino al horizonte y los días de mi vida fueran tan incontables como las olas del mar. Sed bienhallada en esta vuestra casa y permitid a este humilde extranjero que os sirva con honor y os ofrezca su homenaje... Mi nombre es Sigurdr Sigmundsønn, llamado entre los míos Mano de Hierro.
 
Igrein Reina se puso en pie ante Sigurdr y tomándole la mano le hizo sentarse a su lado y que los siervos le dieran de beber y de comer tanto como desease, rodeado por las gentiles damas y nobles caballeros de su corte, y la Reina habló así al Hijo de Sigmund:-Bienvenido seáis Sigurdr Mano de Hierro, fuerte entre los fuertes, capitán de muchos guerreros valerosos y de raudos barcos que aran las olas de los mares infinitos. En ausencia de mi señor, el poderoso y favorito de los dioses, Uther Rey, de la gloriosa Casa de Pendragon, os ofrezco su generosa hospitalidad en esta plaza fuerte de Tintagel, junto a las dulces damas y honrados caballeros de su corte.
 
Por unos largos y hermosos días de verano con sus noches Sigurdr gozó de la compañía de Igrein y la Reina fue anfitriona del hombre del norte. El vikingo no pudo dejar de sentir la injusticia de ver a una mujer hermosa y joven, en la flor de la vida, dejada de lado con sus tres pequeños hijos, y se esforzó por ser gentil y dulce con la Reina. Igrein sintió al lado del impetuoso guerrero nostalgia por tiempos más felices en los que era agasajada por sus pretendientes, y admiró al hombre y al guerrero que no podían ocultarse tras las suaves y corteses palabras de Sigurdr.

Esos días, empero llegaron a su fin, Sigurdr y sus compañeros de armas terminaron sus trabajos en su nao, pese a que los fieles de Sigurdr viendo el interés de su señor por la Reina llevaron a cabo tales trabajos con la mayor morosidad que les fue posible. La última noche la pasaron juntos Igrein y el Hijo de Sigmund hablando durante horas interminables, en presencia de los damas de la Reina que dormitaban a su alrededor intentando proteger la honra de su señora, horas interminables pero que pasaron cual corceles al galope y dieron paso a la aurora de dedos rosados, señal de que el barco dragón de Sigurdr estaba presto para partir sin tardanza de regreso al brumoso norte.

El bramido del cuerno de guerra de los hombres del norte despertó de su ensueño a los dos amantes, pues que ya lo eran, aun sin haberse dado palabra de amor o haberse tocado más que las manos. Igrein Reina Y Sigurdr Mano de Hierro bajaron al puerto para despedirse, mas no para siempre. Mientras los remos batían sobre las aguas y el viento hinchaba la vela de la nave, Sigurdr aferrado al timón gritó a Igrein estas palabras:-Oh mi dulce Reina Igrein, por los dioses de Asgard os juro, que tan seguro como que a mi muerte he de subir a Valhalla caminando sobre mis pies por sobre el puente Bifrost, volveré a vos!!! Las velas negras de mi nave serán, el día de mi regreso, los heraldos que me anunciarán!!

La Reina disipó su tristeza por el alejamiento que el destino le imponía de su nuevo amor, y se regocijó en la promesa de nuevas alegrías, por lo que respondió así, sin importarle la presencia de las gentes de su séquito:-Sigurdr Hijo de Sigmund, amigo de mi corazón, desde ahora mismo mis ojos esperarán a esos vuestros heraldos sobre los caminos del mar, aunque los días que pasen sean tantos como para remover sobre sus pilares las murallas invencibles de Tintagel!!!

La Reina Igrein no dejó pasar desde entonces ni un solo día sin volver su mirada hacia el mar cada vez que los recuerdos de los días pasados con Sigurdr le asaltaban y le cubrían de dulce nostalgia.
Una mañana soleada de primavera, al fin, los vigías de Tintagel anunciaron a la Reina el mensaje que su corazón tanto ansiaba oír, velas negras en el horizonte sobre las aguas. Igrein ascendió a la torre emocionada para ver el mar frente a las costas de Tintagel cubierto de velas negras, Sigurdr había cumplido su palabra, pero venía al frente de un gran ejército, dispuesto a cobrar por la fuerza de sus armas un botín de amor que se le hubiera entregado por el ardor de sus caricias.

Igrein comprendió que además de mujer era Reina, y que su deber le impelía a rechazar a aquel invasor que no solo cercaba sus defensas de mujer con incontenible ímpetu, sino que se disponía a quebrantar el círculo de piedra que separaba su corazón del de su amada. La Reina tomó el mando de los defensores de la fortaleza con el brío propio de una mujer de su raza, la esposa de Uther Rey, que no podía permitir una afrenta tal a su país. Pero la hueste reunida por Sigurdr y sus hermanos, los Jarls de Norrvegur, cubrió los campos y acantilados colindantes a Tintagel con guerreros innumerables, hombres terribles armados hasta los dientes y con sus rostros teñidos de negro, que durante largas horas batieron sus aceros contra los escudos mientras completaban el sitio al castillo.

Los defensores, aunque valientes y diestros en el uso de las armas, eran los hombres viejos o demasiado jóvenes a los que Uther Rey no llevó a sus guerras, y ante el formidable asalto contra la puerta principal, se vieron obligados a retroceder y combatir sin la protección de los ciclópeos muros.

 El número y vigor de los atacantes demostró muy pronto ser incontenible, los mismos jefes de los vikingos, enormes fortalezas de carne y metal, se abrían paso entre los defensores, hasta que los últimos guardias de la Reina fueron abatidos por el propio Sigurdr, convertido en un torbellino de acero y sangre, que mientras luchaba invocaba a su dios Odin, el Padre de las Batallas, y a su señora, la reina Igrein.

Igrein, tras la puerta de su cámara oyó como la lucha se desarrollaba al otro lado del dintel, y retrocedió entre aterrorizada y emocionada al ver aparecer tras la puerta brutalmente arrancada de sus goznes al Hijo de Sigmund, acompañado de los demás señores de los hombres del norte.

Sigurdr Mano de Hierro, cubierto por la sangre de sus enemigos y la de sus propias heridas, entró respirando como un dragón en las habitaciones de la Reina, en su mano derecha el filo Nødhung, que había segado ya innumerables vidas, en la izquierda unos grilletes de pesadas cadenas. Aun cubierto con el pesado yelmo recorrió con sus ojos de hielo las estancias, reconoció a Igrein y sintió que su corazón desbocado por el frenesí de la batalla se detenía inundado de amor por la Reina, pero pronto se rehizo su espíritu y habló así:-Heme aquí, oh Igrein de cabellos de fuego, en cumplimiento de la promesa que hice a los señores soberanos de Asgard. Pero no vengo a suplicar, ni a demandar, sino que por el derecho que me otorga la fuerza de mi brazo, estoy ante vos para daros a elegir.

Igrein pese a verse rodeada de monstruos armados como basiliscos, cubiertos de hierro y pieles desde los pies hasta sus cabezas coronadas por yelmos, no sintió temor y mostró el orgullo y coraje propio de su alto linaje para responder al dos veces conquistador, el de su corazón y el de los recintos que la guardaban.-Vos, que más que un hombre nacido de mujer parecéis hoy a mis ojos un artefacto sin alma, forjado en la fragua sobre el fuego y la sangre de inocentes, Sigurdr Mano de Hierro os llaman, pero deberían llamaros Carnicero. Vos os atrevéis a ampararos en el derecho de vuestra violencia inaudita para darme a elegir?? Y qué debo elegir..., la muerte o alguna insolencia aun mayor para mi dignidad de reina de esta tierra que otrora os fue anfitriona?? Este es el agradecimiento que me debéis??

A las palabras de la Reina respondieron los gigantes con una risotada y gestos amenazadores que el Hijo de Sigmund interrumpió con una orden dada en su lengua dura como las hojas de sus espadas, después se giró hacia Igrein y con gesto adusto lanzó las pesadas cadenas a los pies de la dama y le respondió así:-Forjado en la fragua sobre el fuego y la sangre de inocentes decís, y decís bien, pues otro tanto se podría contar del Rey que tan mal os guarda, o acaso Uther de la Casa de Pendragon va a la guerra contra sus enemigos armado con una rama de olivo, y les dirige dulces cantos de amor para someterlos a su voluntad?? Basta de palabras necias mi Reina!!! Elegid..., o me acompañáis como esclava para ser vendida por un buen precio al hombre que más oro ofrezca por vuestra persona, y si aceptáis eso podéis cargaros vos misma con esas cadenas que he puesto a vuestros pies.
Igrein elevó su frente en un gesto de orgullo para responder las duras palabras de Sigurdr:-O qué, bestia surgida de la ciénaga más pútrida de vuestra tierra inmisericorde, me haréis matar aquí mismo con mis hijos y todos mis servidores como debe ser vuestra bárbara costumbre???

Mano de Hierro sonrió por primera vez a Igrein desde su aparición ante la Reina, una sonrisa compuesta a su vez de orgullo al ver la fuerza irresistible de la dama y de felicidad por estar frente a ella, envainó su espada y tendió su mano derecha a Igrein para hablarle con afecto:-O aceptáis la mano que os ofrezco y venís conmigo como mi compañera, mi amiga, mi igual, mi hermana, mi mujer, mi amor... Dulce y fuerte Igrein de cabellos de fuego, os llevaré a mi país y vos seréis mi Reina y yo vuestro Rey y nunca nada romperá la alianza que se forja con la llama del amor.

Dicen los que estaban allí que Igrein y Sigurdr rompieron a llorar y se abrazaron, y que el Hijo de Sigmund llevó en brazos a su Reina a la nave de velas negras, y que los vikingos zarparon con gran botín de las playas de Tintagel, pero los hijos de la Reina no le fueron arrebatados a Uther Rey, sino que permanecieron con su padre hasta la muerte de éste y jamás volvieron a ver a su madre, pero esa es otra historia... Y dicen también que esa misma noche, bajo las mantas del barco dragón de Sigurdr, fue engendrado el único hijo que tuvieron Igrein Reina y Mano de Hierro, que luego fue conocido como Osvangair Sigurdsønn el León. Asgeirr Ravna.

Sigurdr Sigmundssøn

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